Como el padre que abre la puerta a un hijo que sale del hogar en busca de su propio destino, así puede sentirse el escritor en el emocionante momento de hacer pública su obra, cuando la entrega a la maravillosa intimidad de tinta y pupilas.
La aventura inició en noviembre, bastaron uno o dos correos electrónicos para comprometernos con una lectura de la cual no se tenía la menor idea, pero que nos planteaba el reto de darle vida. Una cosa es leer sin más; otra cosa es leer, interpretar y emitir una crítica. Ser el corrector de estilo es algo muy distinto: Es leer bajo la libertad del escritor, acceder con primicia a su argumento con la responsabilidad de comprenderlo y resaltarle tanto como sea posible. Algunos han dicho que es hacer del carbón un diamante.
Cuando inicié aquella primera lectura, pocas líneas bastaron para hacerme sentir. Frente a mí, cada personaje fue presentándose y contándome su historia. Las horas fueron pasando hasta ser suficientes para hacer un día que se unió a otros más e hicieron una semana que pronto tuvo otras dos hermanas. Una mujer me confió su debut literario, pero no fue cualquier mujer, no, fue una mujer talentosa y valiente.
Conversamos un poco y no fue difícil darle forma a un diario de recuerdos y poemas que un buen día decidimos titular Luz de Almas Viejas. ¿Luz de almas viejas, por qué? Porque a pesar de tener otras sugerencias, ninguna representaba mejor el argumento y la esencia que de sí había puesto en él su creadora. Las correcciones fueron mínimas y los cambios pocos, la mujer había hecho un primer intento exitoso, sus palabras invitaban al sentimiento y a la curiosidad, para ir descubriendo detalles que más allá de un personaje nos marcan la memoria, si acaso no la vida misma, con mensajes positivos, sabios y ejemplares. Aquella mujer humilde que me pidió revisar su manuscrito tenía ganado mi respeto y admiración, era una persona iniciando la senda solitaria del escritor.
Una aventura literaria de este tipo trae consigo experiencias invaluables. Para la mayoría de los que nos hemos involucrado en esta aventura, es difícil describir el sentimiento e imposible darle un precio. Luz de Almas Viejas se inspiró en otros nombres, inicio en otros caminos y aún atraviesa los senderos de su propia historia. En lo personal, me llena de orgullo y satisfacción haber participado de esta primera publicación de Mary Elizabeth Fernandez-Vasquez, a quien deseo el mayor de los éxitos en esta nueva etapa de su vida. Hoy, después de una gestación prolongada y complicado alumbramiento, cuando bautizamos a su primogénito literario. ¡Felicidades!