martes, 31 de agosto de 2010

Estación Central

Destacan sus días grises, las tardes oscuras y frías que calan hasta los huesos. Es dueño de una extraña personalidad, es un hombre de contrastes. Le atrae la muerte, ama la vida y le teme al olvido. Sus años de infante son una gaveta que procura no abrir nunca en su memoria. Ha transcurrido un largo tiempo cargado de nada -pesada carga-.
Andaba vagabundo por la vida, sin sospechar cuanto bien le daría aquella gran ausencia, ese vacío que lo consumía. Anduvo en todas direcciones, preguntó en todas partes; traspasó la frontera entre lo real y la fantasía, experimentó con lo desconocido; aprendió a no tomar en serio a las adversidades y burlarse de sus propios defectos hasta que un día -el día preciso- arribó a su destino, el punto de partida para una nueva vida: la estación central de los sueños.

sábado, 14 de agosto de 2010

Cuentería

Los protagonistas de este cuento son los pobladores de una ciudad muy especial. Dicen algunas personas, testigos del suceso, que es una ciudad etérea que surge de manera espontánea -en cualquier rincón- cuyos pobladores son los habitantes de donde surja; no pide permisos y conquista sin violencia. A sus representantes -que autoridades no posee- se les conoce como cuenteros, pero no de esos malos cuenteros que existen en el mundo ordinario y que por lo general exhiben gran poder -¡No!-. Son personas hábiles en el manejo de la voz, el gesto y la palabra. De entre todos esos cuenteros uno es muy conocido y respetado, es al que llaman: Maestro.
El Maestro es sabio, valiente y aventurero. Sabio porque ha leído mucho y además es un buen observador de los sucesos, las personas, los animales y todos los objetos que hay a su alrededor; es valiente porque se enfrenta a cualquier reto con enorme confianza, seguro de alcanzar la victoria por la fuerza de su voz y la claridad de sus palabras; es un hombre aventurero porque siempre busca descubrir nuevos destinos y vislumbra horizontes en donde la mayoría no ve más allá de su propia nariz.
Un día el Maestro pensó en recorrer el mundo, pero no quiso hacerlo solo sino que invitó a todos sus compañeros cuenteros. Las razones para no aventurarse solo por nuevos caminos eran muchas, pero la más importante -sin lugar a dudas- era la necesidad del Maestro de ser escuchado cada vez que Cuentería se materializaba porque sus cuentos tenían una cualidad singular: quién los escuchaba sentía a su vez la necesidad de contar sus propios cuentos y ese era el alimento del Maestro, los cuentos. Lo cierto es que eran el alimento de todos en Cuentería. Así pues, al contar sus cuentos era como si sembraran un huerto que al instante germinaba, florecía y era cosechado para preparar un gran banquete.

La expedición avanzaba sin rumbo fijo, pero con un objetivo muy claro: Disfrutar de los mejores manjares del mundo, de los cuentos más especiales; hacer que cada instante de Cuentería resultara -para todos- un banquete digno de reyes. Fue así como hace tiempo -ya nadie sabe cuánto- un grupo de hombres y mujeres conocidos como cuenteros empezaron a marchar por el mundo en una ciudad etérea llamada: Cuentería.