lunes, 31 de agosto de 2009

SOLITARIO (Tercera Entrega)

Solo, así como siempre se le veía y notaba si acaso alguien se interesaba en comprenderlo, regresó al pasillo inicial, la arteria principal que recorría todo el centro. Avanzó hasta llegar a otra reja abierta en la que colgaba un pesado candado. Entró pareciendo formar parte de un grupo de gente que hacía el recorrido. Dentro de esta celda recordó ver la única tina para lavar dentro de las áreas a las que tuvo acceso, años después se preguntaría dónde tenían el baño para esos doblemente estigmatizados sociales y dónde lavaban su ropa el resto de la población de reclusos. Uno de los policías que aún permanecía asignado al lugar les informó a todos que la celda en la que se encontraban era en la que permanecían la mayoría de los homosexuales, muchos infectados con el Virus de Inmunodeficiencia Humana; condenados al abandono del que solamente la etapa SIDA se acordaría de enviar a la muerte por ellos para darles un poco de libertad, en el cielo o en el infierno, según la verdadera justicia dictaminase.

No memorizó arquitectónicamente el edificio, de su visita guardó más bien muchas impresiones humanas que jamás dejaron de motivar interesantes confrontaciones en su mente para expresar luego una opinión concreta en la mayoría de los casos. Era una de sus cualidades, ajustar con inteligencia su opinión a su experiencia sin miedo a no pensar igual que las mayorías.

Las otras personas que entraron con él a la celda que fuese de los homosexuales mostraban en sus rostros una expresión de terror, pero no por las consideraciones que él valoraba sino ante la absurda idea de contagiarse allí dentro; no se atrevían ni a respirar, mucho menos tocar algo. Él pensaba en la facilidad con la que los reclusos sí podían ser infectados, sabiendo la frecuencia de los enfrentamientos entre bandas y disputas personales en las que armas, violaciones, golpes y sangre podían tocarle a cualquiera con una gran posibilidad de contagio, no solamente de VIH; hepatitis, herpes, el sitio era una húmeda incubadora de males.

En una época en la que la información intensificaba sus medios para llegar a todo el mundo, los secretos a voces de su entorno social y político, que con el tiempo denominaría elementos culturales, llamaban poderosamente su atención. Quería, necesitaba saber más, conocer por experiencia propia, estar al tanto de lo que sucedía en esa sociedad que lo seducía y retaba a conquistarle.

El final del pasillo que inició al pie de las escaleras desembocaba en un salón amplio que, si bien no era el más limpio, era el menos sucio. Un lugar en el que las paredes pintadas de blanco intimidado de mugre reflejaban cuanto podían de la luz que entraba por el ventanal enorme que ocupaba la mayor parte de una de sus paredes laterales, la que daba al patio. El comedor, ya sin las mesas ni los bancos donde los internos recibían su porción de crema de avena, maíz o plátano preparada con leche contenida en latas con fecha de caducidad vencida y pan enmohecido para desayunar; guacho de patas y vísceras de pollo todos los días en el almuerzo. La cena era más variada; arroz con algo que parecía ser carne de res o de cerdo con un sabor siempre incierto, algunas veces era una presa de pollo que según su vecino, hijo de un policía ya jubilado, era donado por empresas de granjas avícolas; las mismas que fueron sancionadas por el mal manejo de sus desechos y a las que se les pedía, por cuenta de las autoridades sanitarias, no arrojar piezas de sus animales al vertedero de basura pues se había confirmado que algunas personas se daban a al tarea de sacarlos, hervirlos con colorantes químicos o vegetales y después venderlos como el más delicioso y fresco pollo asado en las avenidas populares de la ciudad.

Los detenidos declaraban en cartas y denuncias que se hacían públicas en todos los medios de comunicación que uno de los ingredientes secreto era un polvo que incorporaban frecuentemente en las comidas con el propósito de alterar la capacidad metabólica, suspender la actividad intestinal y lograr una impecable muerte natural.
-De algún modo tenían que hacer frente al problema de hacinamiento que triplicaba la capacidad del Ejemplo.- Confesó alguien bien enterado de cómo eran las cosas tras las rejas.

Bordeado por un alto muro pintado de rojo y del mismo blanco que el comedor, con una pequeña torre con lámparas reflectoras en la única esquina que no estaba unida a los dos edificios que conformaban el centro, el patio resultó más amplio de lo que imaginaba. Abandonó el comedor por la única puerta habilitada para los visitantes de esos días y pisó el espacio abierto al sol en cuyo centro una mal llamada cancha de básquetbol parecía abandonada desde mucho tiempo atrás, en una esquina un pequeño nicho contenía la imagen de algún santo.
-El Divino Niño, con su ropa pintadita de rosa era lo único que parecía bien conservado.- Comentó a Erica.

Más que un santo, el Hijo de Dios contemplaba a los hombres andar de un lado a otro con sus caras largas y expresión cansada, algunos en grupos escandalosos y no faltaban los que desde algún rincón estratégico, aparentemente fuera de la mirada de los policías, se dedicaban a continuar con el negocio, el mismo que los había llevado a la cárcel. Gravilla, tierra, arena y unas pocas hierbas que reverdecían tapizaban el resto del espacio que en ocasiones era un privilegio negado a los reclusos o bien se convertía en una salida humillante y dolorosa. Así quedó en evidencia cuando un canal de televisión nacional, gracias a un periodista y su camarógrafo, comprometidos con su labor, mostró en su noticiero estelar, el de las seis de la tarde, un video que nadie olvidaría; la prueba más contundente para demostrar lo cierto de las denuncias presentadas contra los policías encargados del centro por abuso de autoridad en menoscabo de los derechos humanos. Tras la voz justa y ciudadana de una residente de uno de los edificios vecino del Ejemplo, captaron desde la azotea el momento en que hacían salir a un grupo de reclusos desde el comedor; de uno en uno, con las manos detrás de la cabeza y completamente desnudos para pasar entre cobardes uniformados o con medio uniforme encima que los recibían a palos. Correr, a penas eso podían hacer, ir uno tras otro tan rápido como se los permitía el dolor que cada golpe otorgaba a sus cuerpos. El porqué de tanta violencia y otras muchas preguntas jamás fueron declarados. Las supuestas investigaciones no dieron con el origen de la costumbre que por años fue denunciada de boca en boca por familiares de los detenidos, pero sin manera de mostrar prueba alguna. Hizo falta esperar que caridad, vocación, tecnología y la mano de Dios se pusieran de acuerdo para conseguir las imágenes de uno de los tantos secretos que existían en El Ejemplo. El escándalo fue inmediato. Pocas veces se ha mostrado algo de las cárceles que no sean distinguidos malandrines de barrio de quinta categoría que, sin educación ni cultura que en su argot y cultura de dientes forrados en oro, torsos desnudos, mal tatuados de obscenidades, nombres de amantes, Vírgenes y Cristo en morbosa blasfemia, pantalones anchos, rotos y mal puestos, con la mirada orientada a algún espacio lejano de la galaxia de la hierba, la piedra y el polvo derrocha distorsionadas frases bíblicas junto con su denuncia de supuesta mala suerte ante la mora judicial y lo mal que sabe la comida. Declaraciones patéticas en boca de un hombre que todos saben ladrón, violador de menores y asesino. Pagan justos por pecadores, pero los justos no dan “raiting”.

Por un instante la conversación entre Erica y su amigo abandonó los recuerdos e intercambiaron opiniones del trato que deben recibir las personas encarceladas. Un tema demasiado complejo para ser abordado, entendido y consensuado en una plática ligera, así lo entendieron ambos y prefirieron dar continuidad al relato. Los hijos de Erica llegaron en ese momento, a tiempo para ser enganchados de interés con solo oír una frase:

-Bienvenido a la Escuela del Mal
Donde el Diablo Llora-

La pequeña audiencia lo observaba señalar con sus manos en el aire, como si estuviera nuevamente en el patio del Ejemplo leyendo la frase que se hallaba sobre la entrada a los pabellones donde permanecían la mayor parte de los detenidos. Una frase que daba pie a múltiples interpretaciones de lo que había en la mente de aquellos individuos, el sentimiento que desahogaban rayando y pintando las paredes.

Tres pisos de lo mismo, el hacinamiento había provocado una especie de mutación interna en la organización de las celdas procurando el acomodo de la creciente población penal. El acceso a cada nivel era asegurado por una reja de hierro, prácticamente al borde de la única escalera. Cada piso era una gran celda, las rejas que inicialmente dividieron el espacio interior tuvieron que ser removidas ante la impresionante mora judicial que hacía permanecer a los sujetos detenidos, sin juicio ni condena, indefinidamente. El órgano judicial era un caldo de corrupción, ineficiencia y escándalos cociéndose a fuego lento. Un problema en letra mayúscula. La justicia era más que ciega y sorda, salvo un buen cheque o fajo de verdes billetes recién lavados, parecía congelada en un sueño hipnótico o estado de coma. No funcionaba, desconocía palabras que debían ser su norte: libertad e independencia.

Si en las celdas de castigo y en las otras que se observaban en la primera parte del recorrido la humedad, poca luz, calor, suciedad y malos olores eran impresionantes, nada preparaba a los visitantes para lo que encontrarían en estos tres pabellones. Tres enormes cavernas de concreto y varillas de metal llenas de escondrijos vacíos que semanas anteriores habían sido motivo de disputas entre criminales y miembros de bandas organizadas para sembrar la inseguridad y el miedo en los barrios, más comúnmente en los sectores humildes. Era una lucha constante por crear e imponer sus propias leyes, la constitución de la sociedad sin libertad. Ni las autoridades encargadas de administrar los centros penitenciarios ni los directores de la policía admitieron que los enfrentamientos por el poder interno entre los reclusos ocasionaban en promedio una muerte diaria; cadáveres que al amparo de la noche eran sacados de las celdas y despachados a fosas comunes en algún cementerio municipal o a la morgue del hospital público o de alguna de las tres facultades de medicina del país donde jóvenes entusiastas harían de ellos y sus sistemas de órganos material didáctico. Sin duda más beneficio ofrecían después de muertos que vivos, se preguntó si la pena de muerte no sería una buena alternativa. En aquello de las muertes, nadie tuvo pruebas que presentar, por eso nadie denunció, nadie investigó y aquí no ha pasado nada, como parecía ser una costumbre nacional. Aquí no ha pasado nada, otro misterio, un secreto más que se perdería entre los ecos de los escombros al demoler la estructura.

Costaba respirar, se sudaba como en medio del desierto y la hediondez de los desechos orgánicos era insoportable. El suelo cubierto de basura, más trapos y más de lo mismo que los detenidos no lograron llevarse consigo. Pornografía en las paredes, ropa vieja, improvisadas hamacas y cojines que servían de lecho. Servilletas, periódicos y papel higiénico. Si compartir esa tarde el espacio con una o dos decenas de personas resultaba incómodo, imaginó lo que era el hacinamiento y se prometió respetar las leyes hasta el último de sus días. Asomarse por las diminutas ventanas no aliviaba la carga ni a la vista ni al olfato. Cartuchos cargados de excremento fue lo que halló en las pequeñas láminas de zinc oxidado colocadas sobre las ventanas para evitar que los fuertes vientos introdujeran el agua cuando llovía; tarea que no cumplían satisfactoriamente, charcas recién formadas por el aguacero de las horas previas lo demostraban en su escurrir hacia la unión con las aguas negras que se desbordaban desde las duchas y sanitarios. Aquellos, otra triste historia, un espectáculo de humillación al hombre; ubicados en la entrada de cada nivel, carecían de inodoros, en su lugar tubos en el suelo servían para depositar, con excelente puntería, el desecho final de la digestión; un canal de extremo a extremo al pie de una de las paredes era el mingitorio y seis o diez duchas goteantes, llenas de limo, al otro lado fueron testigos mudos de amenazas, peleas y violaciones salvajes, quizás de asesinatos.

Al asomarse por una de las ventanas en el primer piso se percató que tal como señalaron los diarios en la edición al día siguiente del hecho, la altura era peligrosa y resultar con sólo una pierna rota tras saltar a la calle desde el estrecho alero era algo como un milagro para el reo que intentó escapar del infierno donde cada hombre era un demonio en potencia; en donde las visitas les eran permitidas por una hora cada quince días. Al personaje en fuga, un grupo de policías lo levantaron a palos, lo llevaron en un auto patrulla al hospital para atender la fractura y regresaron con él para depositarlo dos semanas enteras en una de las celdas de castigo; después de eso, nadie supo más nada de él, nunca volvió a su celda.

En el segundo piso las imágenes desde la ventana eran poco diferentes, a penas se veía más del interior del cementerio extranjero, ubicado al lado del enorme Cementerio Presidente y separado de éste por un alto y grueso muro blanco, en frente una enorme reja de hierro. El campo santo donde reposaban los restos de cientos de inmigrantes de todas las latitudes que llegaron para quedarse por mil motivos, desde todos los tiempos, en esa tierra fértil y próspera. Erica se preguntó si acaso el día llegaría en que su cuerpo se integraría para siempre al suelo que ella misma escogió para sembrar sus sueños. Su amigo la observó pensativa, mas no imaginó en qué asunto. Era una artista polifacética, una mujer completa, así que asumir o atreverse a pensar por ella era un riesgo que él no asumía.

domingo, 30 de agosto de 2009

SOLITARIO (Segunda Entrega)

2
El Ejemplo
Saturado por una morbosa curiosidad decidió volver tarde a casa; lo poco que había visto en las noticias la noche anterior llamó demasiado su atención y quiso estar allí, era su primera y única oportunidad para entrar en aquel lugar cuyas paredes guardaban cientos de secretos, muchos vinculados con el más oscuro periodo de la república, los años de la dictadura militar.

Al salir del colegio tomó un autobús en el que atravesó la ciudad hasta la parada en el punto de retorno; entre los terrenos del Cementerio Presidente, donde procuran descansar eternamente muchos de los hombres y mujeres que han alcanzado un lugar destacado en la historia del istmo. Poetas, caudillos, políticos y mártires sembrados al borde de la verde falda de un cerro que en el pasado simbolizó soberanía y ahora se había convertido en sinónimo de abandono e indiferencia, a pesar de existir escandalosos intentos de consorcios y grupos empresariales interesados en rescatarlo con proyectos turísticos que no terminan de florecer. Progreso económico y conciencia nacionalista enfrentando los intereses de la ciudad capital. Él apoyaba a la conciencia.

La fila para ingresar era más extensa de lo que pensó, pero nada le impediría acercarse a esos espacios plagados de dolor y misterio. Ocupó el último lugar, como a dos cuadras del portón de entrada; delante iban dos lindas estudiantes de su misma edad acompañadas por un profesor, cada uno con su cámara fotográfica.
-¡Cómo no pensé en eso! no tengo nada para demostrar que estuve aquí.
Afortunadamente su sensibilidad y buena memoria le ayudarían a conservar los aspectos más impactantes de su visita; comentarios, imágenes y aún olores se quedaron grabados en su mente.

La cantidad de visitantes sorprendió a las autoridades, era mucho el público que deseaba conocer uno de los rincones en donde se refugiaba y aprendía la maldad. Todo en los días previos a la demolición de éste último monumento al hiriente pasado de la república y la planificada construcción de un complejo habitacional para familias de bajos ingresos en cumplimiento a una de las promesas de gobierno que hiciera el presidente en turno; el segundo en una sucesión democrática, miembro de un partido político con génesis en la dictadura militar, un hombre que se enfrascó con decisiones fuertes para reactivar completamente la economía; dueño de un carismático cinismo, personalidad imponente y la más clara visión de la nación como una empresa en busca de su espacio en el mundo globalizado, donde la práctica parece sugerir modernizar o desaparecer.

Tras leer un libro recomendado en una de sus reuniones del Círculo de Lectores, el hombre recordaba episodios de lo que le había tocado vivir como minúsculo protagonista de la historia nacional. Sin dudar ella era una de sus pocas, buenas y verdaderas amistades; con quienes desarrollaba prolongadas visitas que servían de marco para las más diversas conversaciones, como esa de sentimientos intensos y hermosos por la tierra que nutre y ve crecer a su gente.

El hombre continuó narrando las imágenes que conservaba de aquella tarde. Dijo que mientras avanzaba lentamente hacia la entrada del polémico penal pensaba en lo ridículo y manipuladores que son la mayoría de los políticos que con cada periodo de gobierno se alternan en el poder haciendo un bochornoso borrón y cuenta nueva de abusos, escándalos y decisiones impopulares; lo mismo que pensaba en la inconciencia o ingenuidad de la ciudadanía que continuaba otorgándoles respaldo sin exigir cuentas ni levantar protesta de modo organizado, pacífico e inteligente.

Sus pensamientos, muy maduros para su edad, empezaban a tomar profundidad en asuntos de democratización, política, estado y sociedad cuando un rayo inauguró de la nada un torrencial aguacero. Dos o tres personas se retiraron de su lugar y corrieron a refugiarse bajo las pequeñas marquesinas que bordeaban algunos de los edificios cercanos. Una corriente de agua sucia arrastrando latas, empaques vacíos y otras porquerías formó una cascada que invadió toda la acera. Sin intención de retirarse, en un solo movimiento, como una serpiente multicolor decidida a alcanzar su presa, la gente dio un paso a un lado y ocupó la calle. Primero el sol sofocante, luego la lluvia fría y la corriente de suciedad; nada los alejaría, se miraban unos a otros, todos empapados conversaban como si nada. Estaban haciendo historia, aprendiendo historia. Una fresca historia que círculos de poder, nacionales e internacionales, pretendían hacer ver distante, olvidada o como una herida ya sanada. Nada más falso. Completamente F-A-L-S-O. ¡Falso!.

Tras dos horas de espera bajo las caprichosas condiciones del ambiente tropical y húmedo de la ciudad, por fin tuvo su turno para entrar en el misterioso lugar que todas las mañanas veía al pasar camino al colegio; un alto muro con alambre de púas en algunas áreas, pequeños techos rojos y minúsculas ventanas con barrotes negros; durante cinco años había pasado prácticamente a diario por allí, imaginando lo que debía existir dentro. La ansiedad lo animaba a pesar de ser el único que iba sin compañía.

El aguacero había terminado media hora antes y el sol brillaba otra vez en un cielo muy azul. Atravesó el enorme portón de hierro que vio de fondo en las noticias televisadas, cuando se realizaba el traslado de los reclusos al nuevo complejo penitenciario. Imágenes de sorprendente admiración: iban llevando pequeños bulto de ropa entre sus manos esposadas; muchos sonreían aliviados, aún sin libertad sentían que Dios se acordaba de ellos. Los gritos de auxilio y protesta con la ayuda de abogados y familiares daban frutos, aunque los pobres no imaginaban que ese mismo fruto se convertiría en semilla por germinar. Sería sólo cuestión de tiempo para que todo volviera a ser igual. Los hombres con más tiempo encarcelados en esta prisión ahora clausurada sentían que volvían a nacer, eran auténticos sobrevivientes.

Sin hacer interrupción alguna, Erica escuchaba la narración con todos los detalles que su amigo iba aportando para que ella comprendiera más y mejor algunas de las situaciones experimentadas por los que enfrentaron la pesadilla del encierro en EL EJEMPLO, una prisión cuyo nombre sería recordado como el antónimo perfecto de lo que se vivió entre sus muros.
Un pasillo amplio y sombrío era la primera parte del recorrido, un pasillo con varios cubículos que servían de oficina a algunos oficiales. Una escalera al final llevaba a los despachos superiores y a la entrada del área de celdas especiales. En el entrepiso, un espacio suficientemente amplio, se exhibían los resultados de la última requisa que se llevó a cabo en las celdas: Navajas, cuchillos y punzones; unos como tal, pero la mayoría de producción artesanal y clandestina por los reclusos con cucharas, madera, barrotes, trapos y materiales similares con los que se las ingeniaban para conseguir un arma de defensa en aquel antro donde no sobrevivía el más fuerte ni el más apto sino el más malo. La principal regla dictaba: matar o morir.

Después de una breve pausa ante la peculiar exhibición avanzó para llegar a las escaleras que descendían llevándolo por un estrecho y oscuro corredor, no sin antes notar áreas taladradas en columnas, vigas y paredes en donde serían colocadas cargas explosivas cuando llegara el momento final de la estructura. La escasa iluminación natural en esta especie de sótano llegaba atenuada por las pequeñas ventanas de concreto que bordeaban la parte más alta de las paredes, casi pegadas al techo del lado izquierdo. Era un sitio húmedo y sucio. Las paredes se hallaban llenas de indefinibles manchas grasosas. Un par de bombillas eléctricas colgaban de las vigas de hierro corroído por el tiempo y la falta de mantenimiento. El piso estaba repleto de abandonos; papeles, trapos y recipientes desechables, era como caminar por un basurero o visitar una exposición de desechos.

Fue todo lo gráfico que pudo ser en su introducción a este recuerdo. Una lectura que creyó inconsecuente lo había marcado sutil y profundamente. Consideraciones dormidas en su pensamiento fueron reactivadas. En un juego de fantasía literaria, recuerdos adolescentes y la visión que ahora le otorgaba la madurez, todo se acomodó en una síntesis de su historia personal dentro de la gran historia de su país. Erica, recostada cómodamente, observaba brillar los ojos de su amigo quien parecía recitar de memoria un extenso poema; extenso y en verso libre, para tocar sus emociones de mayor patriotismo y tomar decisiones dramáticas para su vida y los sucesos que no cesaban en su país natal.

Continuando su relato dijo como encontró las primeras dos celdas ubicadas en aquel pasillo oscuro; una frente a la otra, dos estrechas entradas. Así como vio hacer al reportero en el noticiero nocturno, igual hizo él; abrió una de las puertas de metal, entró en la celda y volvió a ajustar la entrada casi por completo. Dentro, la luz no existía, se respiraba un asfixiante vapor; moverse allí dentro era prácticamente imposible. Era una celda de castigo. Un solo hombre podía ocuparla a la vez y sin duda estaría incómodo; a lo sumo tendría espacio para uno o dos pasos hacia delante y hacia atrás, extender los brazos frente a la puerta, ni pensarlo. No había más lugar para hacer las necesidades fisiológicas salvo el suelo, que era también su cama. Un solo minuto de encierro le bastó para mortificarse y salir preguntándose si después de experimentar el encierro en una de esas celdas un hombre era capaz de volver a cometer un delito, en caso de haber ido a parar al Ejemplo por delincuente. Diez años más tarde pensaría en aquella experiencia como un simbolismo, una metáfora de la injusticia y el dolor que representaba lo que se vivía entre las fronteras de su país; entre dos naciones y entre dos mares, fue su vivir en carne propia las calamidades de un sistema perdido.

Avanzando otra vez por el pasillo llegó a una nueva entrada, el lugar empezó a parecerle un laberinto como en los que jugaba cuando a su pueblo llegaba la feria llena de divertidas atracciones. Ahora nada era divertido, hasta pocos días atrás aquella vieja estructura en cuyo interior se hallaba había funcionado como cárcel; la más famosa del país, al menos en tierra firme, parte de varios oscuros episodios de la historia nacional y muchas historias personales. También eran dos celdas las que se ubicaban en este pasillo, tan estrecho como el anterior y un tanto más oscuro por estar alejado de las ventanas que bordeaban el área superior contraria. El espacio dentro de ellas era considerablemente más amplio que en las celdas de castigo, pero no perdían la humedad ni el sucio. Estaban iluminadas penosamente por bombillas eléctricas de unos pocos “w”. Su confort se hallaba en un catre de lona recostado a una de las paredes, una tablilla en la otra y al final lo que parecía ser un baño, pero prefirió no verificarlo cuando una ráfaga de viento colada desde quien sabe donde abofeteó su sentido del olfato con uno de los hedores más desagradables que hasta entonces podía recordar.

-Erica, no recuerdo haber sentido algo tan asqueroso antes de ese día. Una mezcla de podrido y sucio, no sé cómo explicártelo. Puedo decirte que lo más hediondo del mundo es un cuerpo en descomposición, sea de rico o sea de pobre, un humano muerto es lo más asqueroso que he olido, pero las condiciones en EL EJEMPLO eran verdaderamente miserables.

El hombre trataba de asociar memorias; lo que tuvo que ver, tocar y oler, hasta sentir que lo llevaba en la boca, en la morgue de un hospital público mientras fue estudiante de medicina, lo que incluía el cadáver de un hombre hallado por sus vecinos, gracias al fétido olor, una semana después de su deceso. Lo recordaba como si hubiese sido el día anterior. Puesto en una posición inusual, como si estuviese sentado, pero con la espalda recostada en la camilla; obviamente rígido, hinchado, lleno de ampollas que parecían explotar al mínimo contacto. Piel putrefacta rondada por moscas atraídas ante semejante desgracia. Aún y las diferencias en cada caso, al fin y al cabo, la morgue estaba diseñada para albergar cuerpos sin vida. Las celdas mantenían a algún infeliz que contaba los días que lo separaban de su libertad. Era difícil aceptar que el recluso que ocupara una de esas celdas debía sentirse privilegiado; las celdas para prisioneros especiales las ocupaban algún extranjero o nacional, con buenos contactos, envueltos en estafas, narcotráfico o escándalos políticos. Reclusos alejados de ladrones, violadores y asesinos; drogadictos, depravados sexuales y muchos portadores del VIH. Lejos de muchos inocentes que no corrían con la suerte de ser catalogados un prisionero especial.

La celda de junto aparentaba estar más limpia, hasta se hallaba en ella un ventilador de pedestal que batallaba contra el asfixiante ambiente; una lámpara de tubo alógeno estaba a cargo de iluminar las paredes vestidas de angustia. En lugar de un catre había una cama pequeña con colchón de resortes que aparentaba ser nuevo. La tablilla le dio la impresión de ser usada como escritorio por lo limpia que se veía, también por las plumas y lápices sujetos con una liga y sobre un manojo de papeles que permanecían en ella, a su lado una silla plegable, todo un estudio. A simple vista el baño parecía limpio y decente, cuando se acercó no hubo sorpresas desagradables al olfato, sólo descubrió que la pared frente al inodoro estaba tapizada de piso a techo con hojas de revistas y periódicos con imágenes de mujeres desnudas; pornografía barata para colaborarle a la imaginación en los momentos de solitario consuelo y satisfacción, no había otra alternativa para esos hombres privados del contacto sexual con una hembra de cuerpo verdaderamente tangible.

sábado, 29 de agosto de 2009

SOLITARIO (Primera Entrega)

Hace varios años escribí esta historia y la compartí en mi Blog pasado. El tiempo ha continuado su marcha y mi amado país ha entrado en un círculo vicioso de política y necesidades sociales; la violencia parece estar ganando el combate, la sociedad se conforma con palabrería y sentimentalismos, nuestros políticos cosechan glorias y simpatías con las carencias populares.
Hoy quiero volver a compartir SOLITARIO, no porque sea lo mejor que he escrito ni porque dice lo que nadie se ha atrevido. Simplemente quiero contar algunas cosas, en amalgama de verdad y fantasía, con libertad creativa. Es que con el pasar del tiempo he comprendido que nada va a cambiar si no cambia el individuo y yo quiero cambiar, crecer y contribuir a hacer grande esta pequeña tierra. Antes conservé tantos escritos, guardé tanto silencio, pero no más. Vuelve a la luz mi palabra, esta génesis de tantas cosas por contar, vistiendo de esperanza e ilusión una realidad que me llena de pena.
A Modo De Presentación

El panameño es una persona alegre, sencilla y espontánea; muchas veces conformista, casi mediocre; otras veces ambicioso de éxito, un triunfador de primera clase. Panamá es una tierra acogedora en cualquier época del año que ha recibido influencias culturales del mundo entero y se ha hecho una nación cosmopolita. Somos impuntuales, enemigos de recordar viejos tiempos, siempre corremos el riesgo de repetir la historia.

Clases de geografía, cívica, sociología o historia entre tantas que por décadas se han dictado en las aulas de colegios y universidades de nuestro país no bastan para comprender todos los hechos acontecidos en nuestro territorio y la manera en que el pueblo los percibe. Ayudan, es cierto, pero hay que llevar el análisis más allá, debemos enseñar a la juventud a ser crítica. Tenemos que aprender a conjugar lo escrito con la propia experiencia; buscar nuevas fuentes y traspasar límites virtuales, solamente así se descubre el amor por este istmo americano.

El argumento planteado es resultado de recuerdos, experiencias y sucesos recientes, mezclados en una nueva realidad -la realidad literaria-. La historia no es concreta, son a penas breves escenas de una memoria que tocó viejos recuerdos guardados entre los muros de una prisión y los sucesos dados en consecuencia a una prolongada conversación entre dos amigos, uno bastante lejos de su tierra.

Solitario es una novela breve; no es historia ni una verdad absoluta, eso no existe.
 
 
 
Dedicatoria

A Erica Bolívar; la verdadera Erica -mi amiga- una mujer de la que he aprendido tanto. Por las sonrisas y silencios, por sus consejos y confidencias, por todo el tiempo que pasamos juntos.



A los panameños que con opinión y criterio propio no olvidan su historia, nuestra historia. También a aquellos que prefieren olvidar.
 
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"La patria es el recuerdo... pedazos de la vida"
Patria (fragmento)
Ricardo Miró (panameño)





1
Círculo De Lectores

Los argumentos con los que introducía sus memorias de aquella experiencia sucedida una década atrás hicieron que ella, después de dos años, se llenase de nostalgia; volvió a extrañar inmensamente su tierra y deseo volver, no importaba cuán difícil resultara regresar a un país en el que su gobernante, de ideas autoritarias e incuestionables, ejercía su poder sin limitaciones. Esa fue la causa que la hizo salir, junto con sus dos hijos, del amado pueblo, cercano a la frontera, para comenzar una nueva vida en un país cuya belleza y calor tropical prometía mejores oportunidades.

Un medio día, a inicios de año, Gloria pasó buscándolo para que la acompañara a realizar unos tramites y de paso presentarle a una nueva amiga, la misma de la singular aventura que semanas antes le había comentado. Los trámites eran en la Dirección de Catastro y en la compañía de distribución eléctrica. Gloria había conseguido mudar a Erica, como se llamaba la simpática extranjera, desde la ciudad capital, cargada de altos costos, hasta su localidad; un distrito, diminuta ciudad ubicada a poco más de media hora al otro lado los puentes que servían para unir dos grandes masas continentales; estructuras, cada una con su propio tiempo e historia. La química entre Erica y él fue cosa instantánea, los meses siguientes no hicieron más que confirmarlo.

El libro referido era un trozo de historia novelada al que cada lector otorgaba el mérito que más le apropiaba según su juicio. Así fue catalogado desde una lectura extensa y aburrida, hasta una obra de incalculable valor narrativo. Todo aquello pasando por los comentarios del fuerte carácter del autor que se retrata en su obra. Él mismo fue uno de los que, basados en un juicio superficial, consideraron la narración como incompleta; reconocía una trama estructurada con inteligencia y buen ritmo a pesar de su considerable extensión, pero se negaba a otorgarle todos los honores a una producción que dejó de mencionar otras tantas cosas.
-Me lo prestaron en la biblioteca, es del mismo autor cuyo libro reciente fue presentado en el Círculo de Lectores; el mismo al que le envié un e-mail, que nunca respondió, expresándole mi admiración por su trabajo y mi profundo interés en conocerle personalmente. Creo que este libro no es mejor, no me ha hecho sentir a sus personajes como aquel otro. Lo que sí ha conseguido es hacerme recordar y pensar en algunos episodios históricos del país y comprenderlos mejor; mejor ahora, porque cuando sucedieron yo no llegaba al mundo o era un chiquillo todavía. La obra no es mala, pero no le alcanzan los argumentos para ser buena. Aquí han pasado tantas cosas que cualquiera con un mínimo de talento y vocación por la narrativa se haría un espacio de renombre en las bibliotecas con novelas desarrolladas en base a la historia nacional.
-La verdad, yo prefiero leer autores que no tocan la realidad histórica y que de hacerlo te acercan a los hechos, pero planteados como un detalle o uno de muchos elementos que conforman el todo y no como el eje principal de la obra. Si quisiera leer con extrema precisión histórica abriría un texto escolar y sentiría que me preparo para una evaluación tediosa y mecánica de conocimientos, como los muchachos en el colegio. No sé si me explico.
-Claramente. Tampoco yo soy amante de esa exactitud en la narración de los hechos en una producción literaria; prefiero realidades ficticias, la verdad novelada. Para mí leer una novela es un pasatiempo que debe estar lejos de comprensiones demasiado complejas e invariables como la historia nacional. Pienso... pienso... pienso y me sigo preguntando porqué se omitieron tantos hechos y porqué, aún sin faltar a la verdad, otros se presentaron sin todo el matiz de dolor que significó para nuestro pueblo, todo lo que vivimos mientras duró la dictadura militar. Si mencionaste con detalle una cosa, porque limitarte en otra, no sé. Te aseguro que me desconcierta este trabajo.

El concepto general de la obra estuvo en su mente por varios días, sin lugar a dudas algo contenido en los argumentos de este libro lo afectaba singularmente. En la parte final de la nota que envió, al autor, con sus impresiones decía: "Fragmentos de historia nacional contribuyen a ambientar los sucesos que enmarcan la vida del protagonista; experiencias que compartirá con su psiquiatra, una mujer tratando de convencerse de que la esperanza, como el amor, es lo último que se pierde."

La literatura que tantas pasiones despertaba en él había encendido llamaradas de recuerdos, motivación, inspiración y esperanza que intangibles desfilaban ante sí. Nunca supo si el autor se enteró de lo que su pluma había provocado en un lector apasionado que admiraba sus logros en dos mundos tan distintos: el de la medicina y el del arte narrativo.

Él, con su característica intensidad, tomaba impulso con cada palabra y se transportaba a tiempos pasados que ningún otro nacional le había mencionado en todo el tiempo que ella llevaba viviendo en este país, como si lo hubieran borrado de sus mentes, como si nunca hubiesen sucedido. Esa intensidad con la que narraba sus recuerdos iba llenando de imágenes la mente de su interlocutora.
-De ser escritor, que lo he pensado, escribiría una historia muy especial. Empezando por lo que recuerdo del recorrido que pude hacer por el edificio de la cárcel antes de su demolición, de esto hacen ya unos diez años, poco más o poco menos y terminando quién sabe dónde o cuándo.
A aquel tipo solitario le faltaban por vivir muchos años para comprender que a veces no se puede escribir toda la verdad, porque nadie la conoce realmente o porque no existe. También para darse cuenta que otras veces es mejor callar, cuando la verdad duele y no se olvida.