Desde pequeño he escuchado cientos de frases, unas más inteligentes que otras, pero en particular esta que llama a la más profunda reflexión a quien se atreve a buscarle una respuesta. La eterna interrogante. Bendito Dios, aunque lo que admiro es la historia de un hombre revolucionario que fue condenado a muerte por creer con absoluta seguridad en su ideal.
Envuelto en esta simple cuestión existencial me es imposible no evaluar mi vida y preguntarme por qué diablos me apasiona de tal manera la lectura que me ha llevado a al más lejano punto: convertirme en escritor. Eso fue sencillo, antes que escritor se es lector, pero el asunto cambia cuando intentó separar mi vida en un antes y después del ser escritor y me encuentro en un punto en el que esa respuesta no existe. Nací, crecí y he madurado, pero la vida de un escritor no se define tan fácilmente; si así fuera la literatura sería un cementerio de mediocridad, saturada de simplezas y mampostería barata.
Un escritor crea, pero en la mayoría de los casos, las bases de un escritor están en su vida personal. No vivimos escribiendo una autobiografía, pero sí escribimos mil capítulos de un pasado memorable o tortuoso que deja huella en la memoria; escribimos un universo de sueños por realizar. Somos seres con enfermizo miedo al olvido y sentimos que mientras uno de nuestros personajes sea recordado algo de nosotros continuará presente. Creemos que el tiempo es la comparsa de la muerte, no tememos al tiempo sino al olvido. Un verdadero escritor es un ser bastante egoísta, un buen escritor es un ser de enorme sensibilidad, un escritor apasionado pierde su vida y su tiempo y su espacio… se pierde en los rincones de su memoria que ya no es suya sino de sus personajes. Los personajes le susurran al oído consejos para su vida cotidiana de hombre, hijo, amigo, profesional, amante…
Me he preguntado tantas veces cuando perdí mi vida para empezar a vivir como escritor y no hay respuesta. He leído algunas de mis notas y no tienen fecha, a veces pienso que no las escribí yo, pero si no fui yo, entonces quién… Un personaje… Soy mi propio creador, mi personaje… Soy mi historia… Una novela, un cuento, un poema… Soy un montón de palabras que la gente va descubriendo y aprendiendo a interpretar… Soy lo que tú, mi apreciado lector, quieras que sea. El villano de amargo corazón que asesina, el dócil sirviente que ofrenda su vida, la bestia fuerte, el ángel bueno o el demonio arrogante…
Soy todos y ninguno a la vez, son mi esencia y yo su reflejo… Amalgama literaria… Simbiosis vital… Conjunto sin prioridades…
Y nuevamente la pregunta, primero fue mi vida o mi escritura: No hay respuesta. Cómo responder si antes de escribir mi primer párrafo no era vida lo que vivía, pero sin vivir lo vivido jamás habría podido escribir la más vulgar y corriente palabra…
Si me preguntan o me pregunto nuevamente, responderé que nada importa. Me diré: tranquilo, no pienses en nada y escribe… Escribe como si se te acabara el tiempo, como si en esas últimas palabras lo condensaras para que sepan de una vez por todas quién eres, de dónde vienes y cuan lejos has llegado… Para que nunca te olviden.
Envuelto en esta simple cuestión existencial me es imposible no evaluar mi vida y preguntarme por qué diablos me apasiona de tal manera la lectura que me ha llevado a al más lejano punto: convertirme en escritor. Eso fue sencillo, antes que escritor se es lector, pero el asunto cambia cuando intentó separar mi vida en un antes y después del ser escritor y me encuentro en un punto en el que esa respuesta no existe. Nací, crecí y he madurado, pero la vida de un escritor no se define tan fácilmente; si así fuera la literatura sería un cementerio de mediocridad, saturada de simplezas y mampostería barata.
Un escritor crea, pero en la mayoría de los casos, las bases de un escritor están en su vida personal. No vivimos escribiendo una autobiografía, pero sí escribimos mil capítulos de un pasado memorable o tortuoso que deja huella en la memoria; escribimos un universo de sueños por realizar. Somos seres con enfermizo miedo al olvido y sentimos que mientras uno de nuestros personajes sea recordado algo de nosotros continuará presente. Creemos que el tiempo es la comparsa de la muerte, no tememos al tiempo sino al olvido. Un verdadero escritor es un ser bastante egoísta, un buen escritor es un ser de enorme sensibilidad, un escritor apasionado pierde su vida y su tiempo y su espacio… se pierde en los rincones de su memoria que ya no es suya sino de sus personajes. Los personajes le susurran al oído consejos para su vida cotidiana de hombre, hijo, amigo, profesional, amante…
Me he preguntado tantas veces cuando perdí mi vida para empezar a vivir como escritor y no hay respuesta. He leído algunas de mis notas y no tienen fecha, a veces pienso que no las escribí yo, pero si no fui yo, entonces quién… Un personaje… Soy mi propio creador, mi personaje… Soy mi historia… Una novela, un cuento, un poema… Soy un montón de palabras que la gente va descubriendo y aprendiendo a interpretar… Soy lo que tú, mi apreciado lector, quieras que sea. El villano de amargo corazón que asesina, el dócil sirviente que ofrenda su vida, la bestia fuerte, el ángel bueno o el demonio arrogante…
Soy todos y ninguno a la vez, son mi esencia y yo su reflejo… Amalgama literaria… Simbiosis vital… Conjunto sin prioridades…
Y nuevamente la pregunta, primero fue mi vida o mi escritura: No hay respuesta. Cómo responder si antes de escribir mi primer párrafo no era vida lo que vivía, pero sin vivir lo vivido jamás habría podido escribir la más vulgar y corriente palabra…
Si me preguntan o me pregunto nuevamente, responderé que nada importa. Me diré: tranquilo, no pienses en nada y escribe… Escribe como si se te acabara el tiempo, como si en esas últimas palabras lo condensaras para que sepan de una vez por todas quién eres, de dónde vienes y cuan lejos has llegado… Para que nunca te olviden.
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