“Tanto en el cuento tradicional como en el minicuento explora en diversos grados las posibilidades de la literatura realista, fantástica, erótica, metaficcional y del absurdo con dominio creativo de las muy variadas facetas de la experiencia humana… Son los problemas que abruman el cotidiano desempeño de un personaje escritor los que en realidad protagonizan las historias…” En un instante y otras eternidades, obra compuesta por 67 narraciones del escritor y promotor cultural, Enrique Jaramillo Levi -Ganadora de la Sección Cuento del Concurso Ricardo Miró 2005-, es un libro para atreverse. Atreverse a leer y dejarse envolver por cada uno de los personajes y situaciones que nos va presentando un autor hábil y creído -orgulloso-. Atreverse a escribir y reescribir, a dar rienda suelta al ego, esa criatura narcisista que pocos valientes se permiten liberar a plenitud.
“¿Cómo podía serlo, pretenderlo siquiera -¡habrase visto tamaño atrevimiento, arrogancia semejante!-, si el verdadero autor soy yo?”
Libertad que se toma el tiempo y el espacio exacto de una vida, su propia existencia. Realidad sin dudas, fantasía en justa medida, erotismo con elegancia de poeta, absurdo por la madurez que da la experiencia y metaficción, amalgama perfecta. Enrique Jaramillo Levi, un nombre sin rostro para unos, un rostro sin nombre para otros; un tipo serio, de pocas palabras, pero elocuente y con la irreverencia necesaria para hacerse notar con singular gracia.
“Es fácil crear una versión de los hechos cuando no existe ninguna otra… Me oigo hablar y no me sorprende lo que digo. Todo es verosímil si suena creíble, pero para que así sea uno tiene que ser el primero en creerse la historia. Y yo, por supuesto, estoy convencido de la veracidad de cada detalle. Como Dios manda. Lo dicho, dicho y creído está. Y lo escrito, también.”
Llegados hasta aquí, vale preguntarse por qué Taboga -entre todos los títulos que constituyen la obra- para titular esta nota. Aconteció que mientras leía, cuando prácticamente había terminado, tuve oportunidad de visitar -tras aproximadamente 2 décadas de ausencia- Taboga y caminando por sus estrechas veredas -sin pretenderlo- fui a dar hasta el cementerio; allí, de golpe comprendí o me expliqué con satisfacción el impulso de Jaramillo Levi por la metaficción. Entendí la vocación, compartí el orgullo por la propia capacidad creadora.
“Es muy fácil decir que se escribe por afán de expresión; para comunicar experiencias, ideas, emociones; compartirlas con algún lector virtual e, idealmente, algún día, con muchos lectores reales. También lo es observar lo de siempre: que se trata en realidad de una catarsis, de una especie de ritual cifrado de purificación; o a veces, de una suerte de exorcismo a fin de expurgar viejas o nuevas culpas, traumas que al escribir permiten aflorar deseos insatisfechos… Alguna vez fui creyente, sin duda porque me educaron en un colegio católico. No he renunciado a mi religión, pero no la practico. Hay demasiadas normas que me disgustan, dogmas arbitrarios que no soporto. Aunque debo admitir que no he perdido mi fe en Dios.”
Son creaciones breves, pero profundas aún en su simplicidad. Alguna vez evité al escritor, al personaje pálido y de porte altivo. Alguna vez dije que al artista no le va bien ser humilde sino humano, tal vez ese fue el primer paso para llegar –hoy- a estas conclusiones con la obra de este panameño.
“Dijo “Amén”, y ya no dijo más. Y fue suficiente. Porque así como hay hombres de poca fe, también los hay de escasas pero sabias palabras.”
Sucedió en Taboga, la isla del maestro, nuestro Sinán, que soñé con los ojos abiertos y en un mismo instante todo fue pasado, presente y futuro. Y yo mismo fui Sinán y fui Jaramillo Levi y, por supuesto, fui Yo, el más importante. Fue en Taboga, en ese tiempo sin tiempo y espacio sin espacio en donde todo aconteció o está sucediendo.
“¿Cómo podía serlo, pretenderlo siquiera -¡habrase visto tamaño atrevimiento, arrogancia semejante!-, si el verdadero autor soy yo?”
Libertad que se toma el tiempo y el espacio exacto de una vida, su propia existencia. Realidad sin dudas, fantasía en justa medida, erotismo con elegancia de poeta, absurdo por la madurez que da la experiencia y metaficción, amalgama perfecta. Enrique Jaramillo Levi, un nombre sin rostro para unos, un rostro sin nombre para otros; un tipo serio, de pocas palabras, pero elocuente y con la irreverencia necesaria para hacerse notar con singular gracia.
“Es fácil crear una versión de los hechos cuando no existe ninguna otra… Me oigo hablar y no me sorprende lo que digo. Todo es verosímil si suena creíble, pero para que así sea uno tiene que ser el primero en creerse la historia. Y yo, por supuesto, estoy convencido de la veracidad de cada detalle. Como Dios manda. Lo dicho, dicho y creído está. Y lo escrito, también.”
Llegados hasta aquí, vale preguntarse por qué Taboga -entre todos los títulos que constituyen la obra- para titular esta nota. Aconteció que mientras leía, cuando prácticamente había terminado, tuve oportunidad de visitar -tras aproximadamente 2 décadas de ausencia- Taboga y caminando por sus estrechas veredas -sin pretenderlo- fui a dar hasta el cementerio; allí, de golpe comprendí o me expliqué con satisfacción el impulso de Jaramillo Levi por la metaficción. Entendí la vocación, compartí el orgullo por la propia capacidad creadora.
“Es muy fácil decir que se escribe por afán de expresión; para comunicar experiencias, ideas, emociones; compartirlas con algún lector virtual e, idealmente, algún día, con muchos lectores reales. También lo es observar lo de siempre: que se trata en realidad de una catarsis, de una especie de ritual cifrado de purificación; o a veces, de una suerte de exorcismo a fin de expurgar viejas o nuevas culpas, traumas que al escribir permiten aflorar deseos insatisfechos… Alguna vez fui creyente, sin duda porque me educaron en un colegio católico. No he renunciado a mi religión, pero no la practico. Hay demasiadas normas que me disgustan, dogmas arbitrarios que no soporto. Aunque debo admitir que no he perdido mi fe en Dios.”
Son creaciones breves, pero profundas aún en su simplicidad. Alguna vez evité al escritor, al personaje pálido y de porte altivo. Alguna vez dije que al artista no le va bien ser humilde sino humano, tal vez ese fue el primer paso para llegar –hoy- a estas conclusiones con la obra de este panameño.
“Dijo “Amén”, y ya no dijo más. Y fue suficiente. Porque así como hay hombres de poca fe, también los hay de escasas pero sabias palabras.”
Sucedió en Taboga, la isla del maestro, nuestro Sinán, que soñé con los ojos abiertos y en un mismo instante todo fue pasado, presente y futuro. Y yo mismo fui Sinán y fui Jaramillo Levi y, por supuesto, fui Yo, el más importante. Fue en Taboga, en ese tiempo sin tiempo y espacio sin espacio en donde todo aconteció o está sucediendo.
“Hay textos peligrosos. No se les termina de leer con impunidad. Soy un lector-escritor que no se rinde y asumo los riesgos… ¿Por qué me ocurre tal locura, estoy alucinando? Sólo quería llegar al final del texto pero éste se ha disuelto, y cómo termina carece ahora de importancia porque nada más queda el recuerdo confuso de su lectura antes de convertirme en su reemplazo, en la escritura misma, ésta que inexorablemente soy.”
Fotografías por: Nicolas Van Dijk
1 comentario:
Mas que afán de expresión, lo que rige en mis escritos es el afán de desasnar a la gente; sólo hay bien porque existe el mal, o viceversa. La vida es injusta y la única justicia que existe es la del azar. Suerte.
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