domingo, 30 de agosto de 2009

SOLITARIO (Segunda Entrega)

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El Ejemplo
Saturado por una morbosa curiosidad decidió volver tarde a casa; lo poco que había visto en las noticias la noche anterior llamó demasiado su atención y quiso estar allí, era su primera y única oportunidad para entrar en aquel lugar cuyas paredes guardaban cientos de secretos, muchos vinculados con el más oscuro periodo de la república, los años de la dictadura militar.

Al salir del colegio tomó un autobús en el que atravesó la ciudad hasta la parada en el punto de retorno; entre los terrenos del Cementerio Presidente, donde procuran descansar eternamente muchos de los hombres y mujeres que han alcanzado un lugar destacado en la historia del istmo. Poetas, caudillos, políticos y mártires sembrados al borde de la verde falda de un cerro que en el pasado simbolizó soberanía y ahora se había convertido en sinónimo de abandono e indiferencia, a pesar de existir escandalosos intentos de consorcios y grupos empresariales interesados en rescatarlo con proyectos turísticos que no terminan de florecer. Progreso económico y conciencia nacionalista enfrentando los intereses de la ciudad capital. Él apoyaba a la conciencia.

La fila para ingresar era más extensa de lo que pensó, pero nada le impediría acercarse a esos espacios plagados de dolor y misterio. Ocupó el último lugar, como a dos cuadras del portón de entrada; delante iban dos lindas estudiantes de su misma edad acompañadas por un profesor, cada uno con su cámara fotográfica.
-¡Cómo no pensé en eso! no tengo nada para demostrar que estuve aquí.
Afortunadamente su sensibilidad y buena memoria le ayudarían a conservar los aspectos más impactantes de su visita; comentarios, imágenes y aún olores se quedaron grabados en su mente.

La cantidad de visitantes sorprendió a las autoridades, era mucho el público que deseaba conocer uno de los rincones en donde se refugiaba y aprendía la maldad. Todo en los días previos a la demolición de éste último monumento al hiriente pasado de la república y la planificada construcción de un complejo habitacional para familias de bajos ingresos en cumplimiento a una de las promesas de gobierno que hiciera el presidente en turno; el segundo en una sucesión democrática, miembro de un partido político con génesis en la dictadura militar, un hombre que se enfrascó con decisiones fuertes para reactivar completamente la economía; dueño de un carismático cinismo, personalidad imponente y la más clara visión de la nación como una empresa en busca de su espacio en el mundo globalizado, donde la práctica parece sugerir modernizar o desaparecer.

Tras leer un libro recomendado en una de sus reuniones del Círculo de Lectores, el hombre recordaba episodios de lo que le había tocado vivir como minúsculo protagonista de la historia nacional. Sin dudar ella era una de sus pocas, buenas y verdaderas amistades; con quienes desarrollaba prolongadas visitas que servían de marco para las más diversas conversaciones, como esa de sentimientos intensos y hermosos por la tierra que nutre y ve crecer a su gente.

El hombre continuó narrando las imágenes que conservaba de aquella tarde. Dijo que mientras avanzaba lentamente hacia la entrada del polémico penal pensaba en lo ridículo y manipuladores que son la mayoría de los políticos que con cada periodo de gobierno se alternan en el poder haciendo un bochornoso borrón y cuenta nueva de abusos, escándalos y decisiones impopulares; lo mismo que pensaba en la inconciencia o ingenuidad de la ciudadanía que continuaba otorgándoles respaldo sin exigir cuentas ni levantar protesta de modo organizado, pacífico e inteligente.

Sus pensamientos, muy maduros para su edad, empezaban a tomar profundidad en asuntos de democratización, política, estado y sociedad cuando un rayo inauguró de la nada un torrencial aguacero. Dos o tres personas se retiraron de su lugar y corrieron a refugiarse bajo las pequeñas marquesinas que bordeaban algunos de los edificios cercanos. Una corriente de agua sucia arrastrando latas, empaques vacíos y otras porquerías formó una cascada que invadió toda la acera. Sin intención de retirarse, en un solo movimiento, como una serpiente multicolor decidida a alcanzar su presa, la gente dio un paso a un lado y ocupó la calle. Primero el sol sofocante, luego la lluvia fría y la corriente de suciedad; nada los alejaría, se miraban unos a otros, todos empapados conversaban como si nada. Estaban haciendo historia, aprendiendo historia. Una fresca historia que círculos de poder, nacionales e internacionales, pretendían hacer ver distante, olvidada o como una herida ya sanada. Nada más falso. Completamente F-A-L-S-O. ¡Falso!.

Tras dos horas de espera bajo las caprichosas condiciones del ambiente tropical y húmedo de la ciudad, por fin tuvo su turno para entrar en el misterioso lugar que todas las mañanas veía al pasar camino al colegio; un alto muro con alambre de púas en algunas áreas, pequeños techos rojos y minúsculas ventanas con barrotes negros; durante cinco años había pasado prácticamente a diario por allí, imaginando lo que debía existir dentro. La ansiedad lo animaba a pesar de ser el único que iba sin compañía.

El aguacero había terminado media hora antes y el sol brillaba otra vez en un cielo muy azul. Atravesó el enorme portón de hierro que vio de fondo en las noticias televisadas, cuando se realizaba el traslado de los reclusos al nuevo complejo penitenciario. Imágenes de sorprendente admiración: iban llevando pequeños bulto de ropa entre sus manos esposadas; muchos sonreían aliviados, aún sin libertad sentían que Dios se acordaba de ellos. Los gritos de auxilio y protesta con la ayuda de abogados y familiares daban frutos, aunque los pobres no imaginaban que ese mismo fruto se convertiría en semilla por germinar. Sería sólo cuestión de tiempo para que todo volviera a ser igual. Los hombres con más tiempo encarcelados en esta prisión ahora clausurada sentían que volvían a nacer, eran auténticos sobrevivientes.

Sin hacer interrupción alguna, Erica escuchaba la narración con todos los detalles que su amigo iba aportando para que ella comprendiera más y mejor algunas de las situaciones experimentadas por los que enfrentaron la pesadilla del encierro en EL EJEMPLO, una prisión cuyo nombre sería recordado como el antónimo perfecto de lo que se vivió entre sus muros.
Un pasillo amplio y sombrío era la primera parte del recorrido, un pasillo con varios cubículos que servían de oficina a algunos oficiales. Una escalera al final llevaba a los despachos superiores y a la entrada del área de celdas especiales. En el entrepiso, un espacio suficientemente amplio, se exhibían los resultados de la última requisa que se llevó a cabo en las celdas: Navajas, cuchillos y punzones; unos como tal, pero la mayoría de producción artesanal y clandestina por los reclusos con cucharas, madera, barrotes, trapos y materiales similares con los que se las ingeniaban para conseguir un arma de defensa en aquel antro donde no sobrevivía el más fuerte ni el más apto sino el más malo. La principal regla dictaba: matar o morir.

Después de una breve pausa ante la peculiar exhibición avanzó para llegar a las escaleras que descendían llevándolo por un estrecho y oscuro corredor, no sin antes notar áreas taladradas en columnas, vigas y paredes en donde serían colocadas cargas explosivas cuando llegara el momento final de la estructura. La escasa iluminación natural en esta especie de sótano llegaba atenuada por las pequeñas ventanas de concreto que bordeaban la parte más alta de las paredes, casi pegadas al techo del lado izquierdo. Era un sitio húmedo y sucio. Las paredes se hallaban llenas de indefinibles manchas grasosas. Un par de bombillas eléctricas colgaban de las vigas de hierro corroído por el tiempo y la falta de mantenimiento. El piso estaba repleto de abandonos; papeles, trapos y recipientes desechables, era como caminar por un basurero o visitar una exposición de desechos.

Fue todo lo gráfico que pudo ser en su introducción a este recuerdo. Una lectura que creyó inconsecuente lo había marcado sutil y profundamente. Consideraciones dormidas en su pensamiento fueron reactivadas. En un juego de fantasía literaria, recuerdos adolescentes y la visión que ahora le otorgaba la madurez, todo se acomodó en una síntesis de su historia personal dentro de la gran historia de su país. Erica, recostada cómodamente, observaba brillar los ojos de su amigo quien parecía recitar de memoria un extenso poema; extenso y en verso libre, para tocar sus emociones de mayor patriotismo y tomar decisiones dramáticas para su vida y los sucesos que no cesaban en su país natal.

Continuando su relato dijo como encontró las primeras dos celdas ubicadas en aquel pasillo oscuro; una frente a la otra, dos estrechas entradas. Así como vio hacer al reportero en el noticiero nocturno, igual hizo él; abrió una de las puertas de metal, entró en la celda y volvió a ajustar la entrada casi por completo. Dentro, la luz no existía, se respiraba un asfixiante vapor; moverse allí dentro era prácticamente imposible. Era una celda de castigo. Un solo hombre podía ocuparla a la vez y sin duda estaría incómodo; a lo sumo tendría espacio para uno o dos pasos hacia delante y hacia atrás, extender los brazos frente a la puerta, ni pensarlo. No había más lugar para hacer las necesidades fisiológicas salvo el suelo, que era también su cama. Un solo minuto de encierro le bastó para mortificarse y salir preguntándose si después de experimentar el encierro en una de esas celdas un hombre era capaz de volver a cometer un delito, en caso de haber ido a parar al Ejemplo por delincuente. Diez años más tarde pensaría en aquella experiencia como un simbolismo, una metáfora de la injusticia y el dolor que representaba lo que se vivía entre las fronteras de su país; entre dos naciones y entre dos mares, fue su vivir en carne propia las calamidades de un sistema perdido.

Avanzando otra vez por el pasillo llegó a una nueva entrada, el lugar empezó a parecerle un laberinto como en los que jugaba cuando a su pueblo llegaba la feria llena de divertidas atracciones. Ahora nada era divertido, hasta pocos días atrás aquella vieja estructura en cuyo interior se hallaba había funcionado como cárcel; la más famosa del país, al menos en tierra firme, parte de varios oscuros episodios de la historia nacional y muchas historias personales. También eran dos celdas las que se ubicaban en este pasillo, tan estrecho como el anterior y un tanto más oscuro por estar alejado de las ventanas que bordeaban el área superior contraria. El espacio dentro de ellas era considerablemente más amplio que en las celdas de castigo, pero no perdían la humedad ni el sucio. Estaban iluminadas penosamente por bombillas eléctricas de unos pocos “w”. Su confort se hallaba en un catre de lona recostado a una de las paredes, una tablilla en la otra y al final lo que parecía ser un baño, pero prefirió no verificarlo cuando una ráfaga de viento colada desde quien sabe donde abofeteó su sentido del olfato con uno de los hedores más desagradables que hasta entonces podía recordar.

-Erica, no recuerdo haber sentido algo tan asqueroso antes de ese día. Una mezcla de podrido y sucio, no sé cómo explicártelo. Puedo decirte que lo más hediondo del mundo es un cuerpo en descomposición, sea de rico o sea de pobre, un humano muerto es lo más asqueroso que he olido, pero las condiciones en EL EJEMPLO eran verdaderamente miserables.

El hombre trataba de asociar memorias; lo que tuvo que ver, tocar y oler, hasta sentir que lo llevaba en la boca, en la morgue de un hospital público mientras fue estudiante de medicina, lo que incluía el cadáver de un hombre hallado por sus vecinos, gracias al fétido olor, una semana después de su deceso. Lo recordaba como si hubiese sido el día anterior. Puesto en una posición inusual, como si estuviese sentado, pero con la espalda recostada en la camilla; obviamente rígido, hinchado, lleno de ampollas que parecían explotar al mínimo contacto. Piel putrefacta rondada por moscas atraídas ante semejante desgracia. Aún y las diferencias en cada caso, al fin y al cabo, la morgue estaba diseñada para albergar cuerpos sin vida. Las celdas mantenían a algún infeliz que contaba los días que lo separaban de su libertad. Era difícil aceptar que el recluso que ocupara una de esas celdas debía sentirse privilegiado; las celdas para prisioneros especiales las ocupaban algún extranjero o nacional, con buenos contactos, envueltos en estafas, narcotráfico o escándalos políticos. Reclusos alejados de ladrones, violadores y asesinos; drogadictos, depravados sexuales y muchos portadores del VIH. Lejos de muchos inocentes que no corrían con la suerte de ser catalogados un prisionero especial.

La celda de junto aparentaba estar más limpia, hasta se hallaba en ella un ventilador de pedestal que batallaba contra el asfixiante ambiente; una lámpara de tubo alógeno estaba a cargo de iluminar las paredes vestidas de angustia. En lugar de un catre había una cama pequeña con colchón de resortes que aparentaba ser nuevo. La tablilla le dio la impresión de ser usada como escritorio por lo limpia que se veía, también por las plumas y lápices sujetos con una liga y sobre un manojo de papeles que permanecían en ella, a su lado una silla plegable, todo un estudio. A simple vista el baño parecía limpio y decente, cuando se acercó no hubo sorpresas desagradables al olfato, sólo descubrió que la pared frente al inodoro estaba tapizada de piso a techo con hojas de revistas y periódicos con imágenes de mujeres desnudas; pornografía barata para colaborarle a la imaginación en los momentos de solitario consuelo y satisfacción, no había otra alternativa para esos hombres privados del contacto sexual con una hembra de cuerpo verdaderamente tangible.

1 comentario:

Mariangeles dijo...

Estoy leyendo todas tus entregas de SOLITARIO y como siempre solo tengo palabras de alabanza y quiero felicitarte por que le pones alma, vida y corazon a todo lo que imprimes. WOW!!! dejame buscar un rincon para sumergirme en tu mundo.
Un fuerte abrazo de quien te quiere, admira y sabe que vas a llegar muy lejos.