Que lo único que hace falta para morirse es estar vivo, así he escuchado a algunas personas de práctica sabiduría; que en la vida, la muerte es lo único que todos tenemos garantizado. Ya he dicho en repetidas ocasiones que no tengo pensamientos suicidas, tampoco soy un tipo deprimido ni autodestructivo, pero sí me atrae la muerte como un elemento natural de nuestra condición animal. En todas las sociedades, religiones y culturas del mundo existen rituales y sitios en los que la muerte tiene una condición de exaltación, respeto y hasta veneración.
Existen relatos y personajes, representaciones usualmente tenebrosas y maléficas. Por eso mi primer escrito involucrando a la muerte fue algo relativamente distinto: La hice hermosa, tierna, sabia y un poco caprichosa; es una mujer enamorada, prácticamente una víctima de las circunstancias.
Empatía, la mayor parte de las personas considera esto un asunto sencillo y corriente, cosa de de todos los días. Que si al vecino le roban el auto se experimenta la empatía porque alguna vez nos sucedió lo mismo o porque somos capaces de imaginar lo que sentiríamos si nos sucediera. Eso es una remembranza o proyección de la imaginación. Empatía es sentir lo que siente la otra persona, ese vecino que ahora -sin su auto- tendrá que levantarse más temprano y usar el transporte público, además de perder la hora de almuerzo por una agobiante reunión con un agente de la compañía de seguros, lo que siente al ver el rostro triste de sus hijos cuyos planes de fin de semana en la playa han sido frustrados. En el aspecto positivo, empatía es sentir como propia la felicidad de otro: El orgullo por la graduación con honores del compañero o la positiva recuperación del padre de nuestro amigo. Irónicamente, pienso que la más genuina empatía es aquella falsa sensación -idea- de estar en frecuencia con el sentir ajeno cuando en realidad se trata de nostalgias, ilusiones y hasta envidias.
Un escritor -como buen artista- es un individuo con una sensibilidad especial, con la capacidad de percibir el sentimiento de otros aún sin compartirlo y poder plasmarlo como propio en su creación literaria; en sus personajes, ambientes y recreación de circunstancias para sus lectores, esas personas dispuestas a dejarse envolver por el escrito que se reproduce en su mente. Cuando escribo anhelo llegar a un lector que pueda identificarse, siquiera un instante, con lo que escribo. Acercarnos mutuamente a pesar de la evidente ausencia.
La literatura es un universo de posibilidades. Acontecimientos y protagonistas que por decisión de su creador -aunque a veces poseen voluntad propia- evolucionan a ritmos diferentes buscando un desenlace dentro del texto que -incluso en los finales abiertos- alcanza su ocaso. En el punto final de la intimidad de tinta y pupilas, cuando la conclusión parece inevitable: He ahí el momento preciso, el despertar de nuevas inquietudes que alcen la voz.
Existen relatos y personajes, representaciones usualmente tenebrosas y maléficas. Por eso mi primer escrito involucrando a la muerte fue algo relativamente distinto: La hice hermosa, tierna, sabia y un poco caprichosa; es una mujer enamorada, prácticamente una víctima de las circunstancias.
Empatía, la mayor parte de las personas considera esto un asunto sencillo y corriente, cosa de de todos los días. Que si al vecino le roban el auto se experimenta la empatía porque alguna vez nos sucedió lo mismo o porque somos capaces de imaginar lo que sentiríamos si nos sucediera. Eso es una remembranza o proyección de la imaginación. Empatía es sentir lo que siente la otra persona, ese vecino que ahora -sin su auto- tendrá que levantarse más temprano y usar el transporte público, además de perder la hora de almuerzo por una agobiante reunión con un agente de la compañía de seguros, lo que siente al ver el rostro triste de sus hijos cuyos planes de fin de semana en la playa han sido frustrados. En el aspecto positivo, empatía es sentir como propia la felicidad de otro: El orgullo por la graduación con honores del compañero o la positiva recuperación del padre de nuestro amigo. Irónicamente, pienso que la más genuina empatía es aquella falsa sensación -idea- de estar en frecuencia con el sentir ajeno cuando en realidad se trata de nostalgias, ilusiones y hasta envidias.
Un escritor -como buen artista- es un individuo con una sensibilidad especial, con la capacidad de percibir el sentimiento de otros aún sin compartirlo y poder plasmarlo como propio en su creación literaria; en sus personajes, ambientes y recreación de circunstancias para sus lectores, esas personas dispuestas a dejarse envolver por el escrito que se reproduce en su mente. Cuando escribo anhelo llegar a un lector que pueda identificarse, siquiera un instante, con lo que escribo. Acercarnos mutuamente a pesar de la evidente ausencia.
La literatura es un universo de posibilidades. Acontecimientos y protagonistas que por decisión de su creador -aunque a veces poseen voluntad propia- evolucionan a ritmos diferentes buscando un desenlace dentro del texto que -incluso en los finales abiertos- alcanza su ocaso. En el punto final de la intimidad de tinta y pupilas, cuando la conclusión parece inevitable: He ahí el momento preciso, el despertar de nuevas inquietudes que alcen la voz.
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