viernes, 4 de septiembre de 2009

SOLITARIO (Séptima Entrega)

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Carga Ligera

Sin darse cuenta había llegado la noche y la conversación continuaba amenamente entre comentarios, reflexiones y sonrisas. Aquel día almorzaron, cenaron y prepararon juntos otros bocadillos para darle más sabor a la narración. Compartían sin imaginar el rumbo y velocidad que tomarían sus vidas al amanecer. Erica despidió a su amigo casi a la media noche; lo vio subir al taxi y moviendo sus manos se dijeron adiós. Ella cerró bien sus puertas y ventanas antes de irse a la cama, donde permanecería en vela hasta la salida del sol. Toda la madrugada estuvo pensándolo; lo que su amigo le había dicho de la Patria era cierto, es un sentimiento de dolor cuando estás lejos.
-Mucho más grande el dolor si sabes que allá las cosas no andan bien. Se dijo a sí misma.
Ese nuevo día salió a caminar sin rumbo fijo, cuando volvió a casa los hijos ya habían vuelto del colegio y la esperaban para almorzar. Sentados los tres a la mesa Erica anunció su deseo; los chicos no supieron ni quisieron contradecirla, también ellos extrañaban al resto de su familia y a los amigos, confiaban ciegamente en su madre. Antes de dormir rezaron pidiendo seguridad y fortaleza para enfrentar lo que sería volver a su país en medio de la más severa crisis y bendiciones para los amigos que dejarían en Panamá.

Cuatro días después de la larga reunión él regresó a casa de Erica. Tocó la puerta, llamó por su nombre a todos, pero no hubo respuestas. Notó que las ventanas estaban completamente cerradas y sin cortinas; todo eso le empezó a parecer extraño, aunque no terminaba de dar con lo sucedido. Cuando se retiraba se le acercó una de las vecinas para entregarle un sobre y contarle con tono de interesante, como de quien lo sabe todo, cómo fue que Erica una tarde antes había empacado y se había despedido de todos ellos al tiempo que le pedía, por favor, entregarle a él cuando apareciera por ahí el sobre. La mañana de ese día en que él llegó buscándola, zarpó la embarcación que los separó para siempre. Regresó clandestinamente a su pueblo; ayudada por un capitán amable y una tripulación maliciosa, para la cual iba armada de fe en Dios, amor por sus hijos y la familia que los esperaba y un afilado puñal.

La carta de Erica explicaba lo que sintió al escucharlo hablar con tanta pasión de su historia, de los recuerdos tan vivos que tenía de su país, de su protagonismo en una historia viva. Ella quería sentir lo mismo, su lugar no estaba en Panamá, por muy a gusto que se sintiera entre su gente; quería formar parte de las protestas que reclamaban cambios en el gobierno de su país. Anhelaba enseñar a sus hijos con el ejemplo lo que en realidad significa Patria, lo que es amarla de verdad. Le dejaba la dirección a la que podría escribirle, con la única condición que en sus cartas no intentara convencerla de regresar, de volver a salir de su país. Un curioso prendedor con la figura de su bandera tricolor, iluminada por pequeñas luces parpadeantes le dejó como recuerdo.

A partir de esa tarde inició rutinas con las que pretendía llenar su vacío y ocupar el tiempo. Se fue a casa y mientras se desmoronaba, gota a gota, el cielo, leyó un libro de poesía que pensaba compartir con ella. Sin darse cuenta, la literatura, gran pasión, se había integrado a su hermosa amistad. Escribía con frecuencia a Erica para contarle, de la manera más amena en que podía, lo que sucedía en Panamá; lo que estaba haciendo él y uno que otro comentario que le llegaba desde el barrio donde Erica estuvo viviendo; días después recibía respuesta. Así fueron pasando los meses hasta que un día envió una carta a la que ella jamás contestó. Se perdió todo contacto. Él se sintió preocupado, pero no podía hacer nada; solamente tenía una dirección en la que supuestamente no existía nadie. Las cartas volvían a él sin éxito. Sobres cerrados con su rebelde caligrafía.

"...desde que te fuiste me quedé sin oídos dispuestos a escuchar mis largas y a veces tontas indecisiones, mis motivos para creer en utopías. Siempre he querido ser menos complicado; un tipo más sencillo, en todo y con todo, pero tanto pienso en el asunto que mis propias ideas terminan complicándolo aún más. Algunas cosas no cambian... A un año más de tu partida, aquel triste día en mi vida, me gustaría tenerte cerca, compartir contigo los logros que finalmente cosecho. Valió la pena tanto esfuerzo, cada uno de los mortificantes años de espera. Mi esperanza sigue siendo que la fortuna y la dicha te guarden, es lo único que me queda por pedir en mis rezos desde que dejé de recibir tus respuestas..."

El gran afecto que sentía por Erica lo impulsaba a escribir aquellas cartas, siempre con la esperanza puesta en que ella estuviera bien y volviera a contestar, pero el tiempo seguía pasando sin recibir noticias.
"...los años siguen pasando. Yo no soy ni la sombra del tipo que fui. Sí, es verdad que me hice escritor y con eso he logrado darme fama y buena vida, sin embargo la soledad se ha encargado de llenarlo todo. Como me pesa ese vacío. Conquisté cuanto alcancé a imaginar, excepto un corazón. Nada ha limitado mis éxitos ni mis ganas de continuar, pero ya me convencí de haber perdido la oportunidad que tanto desee; la de tener una pareja de verdad, una mujer con quien compartirlo todo: mis sueños, mis penas, mis glorias. Una persona a la que pueda dedicarle el resto de mi vida y con quien pueda compartirlo todo: sus sueños, sus penas, sus glorias. No imaginas cuanto te extraño amiga... Hoy mi vida es más lenta, los años me pesan más que nunca. He olvidado cuánto tiempo ha pasado desde la tarde en que supe de tu partida, cuando volviste a tu tierra cargada de ideales que yo mismo te ayudé a sembrar. De haber sabido que esto sucedería jamás habría leído ese maldito libro que me despertó la memoria patriótica que se hizo la génesis de nuestra última reunión, de ese diálogo en el que recordé tantos sucesos pasados, aquellos oscuros recuerdos de mi Patria que ahora quisiera borrar de mi mente para ignorar que algo así podría ocurrirte…"

Lo que decía en sus cartas cada vez se iba haciendo más triste, como si poco a poco moría en él la esperanza. Con su rostro ya marcado por las arrugas, los ojos hundidos y la sonrisa olvidada en alguno de los rincones que en su interior creó la soledad; sentado a su vieja mesa de trabajo escribió su despedida para Erica. Presintió que la esperanza de volverla a ver no tenía sentido. Antes de doblar la hoja de papel que luego guardó en un sobre blanco, en el que estaba escrita la misma dirección de tantas veces, la besó justo en la primera línea, allí donde decía...

***

Querida amiga: casi es media noche, la misma hora en que te vi la última vez; no quiero dormir hasta concluir esta carta para ti, mi despedida. Un último anexo al diario que he ido poniendo en el correo desde tu partida y que más tarde regresa sin que te enteres de nada. No quiero olvidarte y tampoco quiero que me olvides, por eso todo este tiempo te he contado lo que hago, como cuando estábamos cerca. Un registro de mi vida, la vacía y completa historia de un hombre solo. Tan solitario como esa tarde del torrencial aguacero que me regaló el placer de una coincidencia en un poema, este que ahora transcribo para decirte adiós.

Carga ligera

-Daniel Lara (panameño)-

Se alegrará tu tierra cuando vuelvas
a contemplar sus prados y respirar
el aire entre sus fronteras;
el sol alentará tus esfuerzos
por subir hasta las nubes
y triunfar, estelar criatura.
Gozarás los consejos de una madre,
los celos protectores de un padre
y el calor de mil abrazos fraternos.
Sonará tu voz, amiga,
sobre las alas del viento
que conoce nuestros secretos
para contagiar tu coro
en todo el que vuelva a verte.
Contigo lejos, mi corazón
palpita al ritmo de la congoja,
porque te has ido y no estará conmigo
la bailarina, la cantante alegre y ejemplar.
Te has ido llevando de equipaje
mi carga ligera:
un beso de este pobre, loco amigo,
que disfrutó tus pasos
por el solitario sendero de sus días.

Con el mismo cariño de ayer, tu amigo por siempre...

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